Ayer vi el segundo capítulo de Viudas negras: putas y chorras. A Malena Pichot la escucho casi todos los días hace varios años y me pone muy contenta que el desembarco de las plataformas a la ficción argentina le permita más visibilidad. De eso es algo que Malena habla mucho: que no existe más la televisión y del ingenio necesario para producir sin plata.
La cámara, el guión, todo en Viudas negras es buenísimo. No es fácil lo que hace Malena, meter feminismo y género en una serie que atraviesa un entramado corporativo de vistos y autorizaciones. Sin ir más lejos, la remake de Vale Tudo, la novela central de la Globo desde comienzo de año, es objeto de críticas y burlas por intentarlo con resultados muy burdos. No voy a intentar explicar chistes internos de la novela de las 9, pero baja línea de manera tan evidente, que llego a sospechar que la escritora, Manuela Dias, lo hace a propósito para generar conversaciones en redes.
Por ejemplo, Solange: directora artística de una agencia de contenidos, estudió en Estados Unidos y trabaja 24/7 dirigiendo campañas para grandes marcas. De la nada, el personaje le cuenta a su por entonces novio (heredero de una fortuna multimillonaria, que luego la villana, María de Fátima, va a engatusar) que fue detenida por black bloc y estuvo tres días presa en la época del impeachment a Dilma Rouseff. Díficil imaginarla, con su traje sasterito aestethic.
En cambio, Malena maneja el timing y el verosímil de manera tal que puede meter chistes como el de Marina Bellati en el segundo capítulo, cuando el trío de las chetas está chusmeando sobre una profesora de la escuela que habría terminado en el hospital después de una pelea con su ex marido. “Pero ni idea, yo no le voy a caer al tipo así de la nada”, dice Bellati. O algo así, no cito textual porque tendría que hacer un pequeño maneje para buscar el diálogo. La Pichot mete cosas como esa y, además, con los pies mucho más sobre la tierra (“¿Vos sabés lo que sale un alquiler en Flores?") que aquellas obras con las que la comparamos fácilmente, como Girls o Fleabag (con lo que yo las quiero). Y en nuestro país roto, elige mostrar la miseria de los que más tienen.
Las actuaciones, la de la propia Malena y las de Pilar Gamboa, Marina Bellati y María Fernada Callejón, también están muy bien. Las nombro a ellas porque son las primeras en las que pienso, pero todas las que vi hasta ahora me gustan. Que sean todas, o sea, el hecho de que todos los protagónicos son femeninos, es un respiro. Pero a esta altura no podemos andar diciendo que eso es innovador y, escuchando las entrevistas que viene haciendo Malena en su recorrido por canales de streaming, ella lo sabe. Creo que está un poco cansada de que la entrevisten como una referente del feminismo. Ya le explicó a Nico Guthman que en su momento, ella fue primera y se hizo cargo pero tampoco inventó nada, quizás solo sabía inglés y seguía la actualidad de algunas humoristas estadounidenses que acá no llegaban. Más que nada, creo que merece que la reconozcamos fundamentalmente por su trabajo, porque es una gran guionista y humorista.
No sé si una persona que podría hacer en la vida real ese tipo de comentario, el de Bellati sobre el marido golpeador, se ríe con el chiste. No sé tampoco, claro, si el algoritmo le acerca a esa persona la serie de Malena Pichot. A ella no le interesa bajar línea ni educar a nadie. A ella lo que le interesa, como ya dijo también, es contar cuentos.
Sigo los capítulos semana a semana, pensando que ojalá eso le suba al algoritmo y su próxima serie sea una megaproducción con HBO. Por eso y porque no tengo una cuenta de Flow (pedido encubierto, sí). Los miro usando una vpn para entrar desde Argentina, porque en Brasil no está disponible.
El viernes fui al estreno en Río del show Letrux 20 anos alternativa. Es un proyecto en el que Letrux -Letícia Pinheiro-, cantante y multiartista carioca, comparte una retrospectiva de canciones de sus colegas de generación dentro de la escena musical alternativa brasileña. Ella -la empecé a escuchar por recomendación de la amiga que me invitó al recital, Eduarda- y su banda tienen mucha onda y power. Es de esas performers que mejora todo lo que interpreta. Manejaba la energía del escenario y del público con la expresión de su rostro, siempre mirando hacia algo más allá, y de sus piernas largas, envueltas en unas calzas verdes con su cara sublimada. Se ríe y patea al son de los compases, es preciosa, tiene una mata de bucles rubios que ata y desata para sacudirlos cuando lo cree necesario.
Sobre la selección de canciones, Letrux dijo algo que me resonó mucho en relación a la idea del título de este boletín. Que hasta 2015, las canciones hablaban de esperanza, de ilusión. Y después -ahora-, empezamos todos a hablar de distopía, de fin del mundo. Un ejemplo hermoso es esta canción de Cícero, que termina así:
Mas tudo bem O dia vai raiar Pra gente se inventar de novo E o mundo vai nascer de novo
También Eduarda, que es de las brasileñas que mejor habla español que conozco -y que te dice cosas como “boluda! no da”- seleccionó y tradujo un dossier de poesía (brasileña) contemporánea, titulado “Cambiar los pies por las manos”. Fue publicado por revista POPA y se puede leer acá.
Como, como dije, Eduarda es bilingüe en argentino, puede tomar decisiones como traducir “pais” por “viejos” y “abordagem policial” por “abordaje de la yuta”. Es raro, sobretodo para una lenguaje con tanta jiria (jerga) como el carioca, pero no conozco una palabra como yuta o cana para hablar de la policía. Leí que Sao Paulo dicen gambé, pero acá nunca escuché nada más que PM (se dice pi-emi) para la Polícia Militar, o, a veces, cana. La presencia de la policía, obviamente, es muy fuerte. Que no haya más palabras para nombrarla -al menos, en la superficie- dice bastante.
Traigo dos poemas de la selección, que es muy linda (vayan a leerla!). El primero, porque me llevó instantáneamente a una poesía que siento muy cercana, muy propia, con la que no tendría ninguna relación, salvo algo de la forma. El segundo, porque me habló directamente. Primero van los poemas, y después sigo.
cowboys para pablo y john en el corral un corazón toma baño de sol el otro enlaza Manoella Valadares (Recife, 1972) El turista aprendiz El turista primero necesita aprender a perder, que la ciudad lo engañe. Tiene que pagar por lo menos a un estafador antes de poder caminar tranquilamente por la calles de su morada fugaz. El turista, ante todo, debe saber que la ciudad es una lotería ilegal donde nadie puede ganar siempre. Isadora Barcelos (Belo Horizonte, 1994)
El poema de Manoella Valadares, su forma de construir la imagen, me trasladó a, entre muchos cercanos, este poema de Beatriz Vallejos.
Convivencia
el caballo pastando
en ancas
un pajarito amarillo
Los dos poemas son amarillos y los dos condensan un momento y una sinergia, dos seres que conviven. En el de Beatriz, el caballo y el pajarito; en el de Manoella, no sabemos mucho sobre quiénes son, sólo tenemos dos corazones, un lazo en el aire y los nombres de la dedicatoria, como una sugerencia. Me guardo esa idea sobre el convivir: compartir un tiempo que sincroniza un hacer, los pequeños movimientos que hacen al paisaje de un día.
Recife está tan lejos de Río de Janeiro como Santa Fe, ¿sabías? Y después de todo, Beatriz, que nació en Santa Fe cincuenta años antes que Manoella, hablaba de la poesía como una historia universal, algo que nos sale al encuentro.
El poema de Isadora Barcelos usa la figura del turista pero creo que habla de otra cosa. O por lo menos, de una forma particular, quizás que le es propia, de hacer turismo. Muchas veces hago la aclaración: “soy de Argentina pero vivo acá”. Y se siente un halago las veces que alguien de Brasil te escucha hablar en portugués, al lado de alguien que efectivamente está de viaje, y te dice algo así como “ah, pero vos ya sabés hablar, estás acá hace más tiempo”.
Me guardo como una verdad que primero hay que aprender a perder, que la ciudad te engañe. Pagar por lo menos a un estafador. Lo guardo, digo, porque siento que ya saldé la deuda.