Antologías, verduras, travesías
Llego con alegría a escribir porque voy a empezar por contarte esto: se presentó en Río de Janeiro una antología de poemas de Roberta Iannamico, por primera vez traducidos y publicados en Brasil.
El libro se llama Quitanda y lo editó Capiranhas do Parahybuna. La obra de Roberta construyó un espacio de la poesía de los 90, como dice José Villa en esta nota en Op.cit. (incluye algunos poemas), y hoy continúa. Argentina ya está en un presente que repite aquel pasado, para citar a Cazuza, y recién llegan estos poemas de Roberta a Brasil. “Por suerte, aunquea sea después de 20 años”, como celebró en la presentación Luciana di Leone, quien tradujo junto a Estela Rosa. ¡Por fin!
La edición traducida que acaba de salir antologa los primeros cuatro libros de Roberta: El zorro gris, el zorro blanco, el zorro colorado (1997), Mamushkas (1999), El collar de fideos (2001), todos publicados por Vox, en Bahía Blanca, y Tendal (Deldiego, Buenos Aires, 2000).
Capiranhas es una editorial de poesía contemporánea de Juiz de Fora, Minas Gerais. Te recomiendo, si querés aventurarte a leer en portugués, que vayas a su web, donde hay algunas antologías para bajar. El libro de Roberta se editó gracias al apoyo del Programa Sur, una línea de Cancillería Argentina que posibilitaba la traducción de obras literarias nacionales para ser editadas en otros países. En pasado, aba, porque -adivina, adivinador- se suspendió desde que comenzó la presidencia de Javier Milei.
Roberta, poeta, cantautora y editora, nació en Bahía Blanca en 1972 y vive en Villa Ventana, pueblo al sur de la provincia, a 100 y piquito de kilómetros de Bahía. Justamente en mayo de este año, se hizo en Villa Ventana un hermoso Primer Encuentro de Bibliotecas Rodantes. Tuvo sede en la Biblioteca Popular Macedonio Fernandez, donde Roberta da talleres y motoriza actividades literarias.
Podés leer un poco más sobre ese Encuentro en esta nota que hice para Periódico Pausa, después de hablar con las organizadoras y algunas de las narradoras, cuentacuentos, bibliotecarias y mediadoras de lecturas que participaron. Entre ellas, Cecilia Moscovich, también poeta y mi amiga, que viajó desde Santo Tomé al volante de su biblioteca ambulante, La Tacuarita. La poesía de Ceci tiene algo muy cercano a la de Roberta, en el sentido de que ambas escriben muchas veces poemas para alegrarse y así alegrarnos, divertirnos juntas con las palabras. Como cuando en un verso de Roberta, la poeta cuenta:
Dije chau
y me fui a vivir a las lechugas.
Poemas que nos acompañan a ver los espacios luminosos de la vida, espontáneos, cotidianos, lentos, suaves, jueguetones. Roberta escribe poemas muy dulces sobre muchas cosas, amigos, animales, fantasmas, ropita, telas de abuela. Entre ellas, muchas verduras, no solamente la lechuga. Quitanda, como se llama el libro, significa verdulería. Viene del título de este poema, publicado originalmente en Tendal (2000):
Verdulería
Digo cualquier verdura
papa, cebolla, tomate,
si estoy de ama de casa
lechuga, mandarina,
si es verano
si me quiero refrescar
alcaucil, repollo,
si me ataca el instinto de madre,
madreselva,
si estoy con la autoestima
por las nubes
brócoli , coliflor,
para jugar
salir a juntar ramos,
chaucha,
economía,
kiwi,
una fruta
que parece un animal,
manzanas rojas,
me quiero entregar al lujo
manzanas verdes,
me entrego a lo frugal
pomelo rosado,
un tesoro para las nenas
el azúcar puede ser la puntilla
algo masculino
los rábanos, los nabos,
los dientes de ajo,
el apio, el limón,
un zapallo de calabaza,
para despertarme
con la luz de la mañana.
Las versiones en portugués traen, claro, sonidos nuevos, que nos piden a quienes hablamos español que las saquemos a bailar, en la boca, la nariz y la garganta. Como el de abóbora en lugar de calabaza, como barulho y beijo.
La palabra del título, quitanda, se pronuncia más como quintanda. La sentí primero porque hay una calle en el centro de Río, la Rua da Quitanda. Hay muchas calles en esa zona antigua de la ciudad que recibieron su nombre por la función que tenían o lo que allí sucedía en épocas coloniales y durante el imperio, en el siglo XIX. Están, por ejemplo, Rua do Mercado, do Ouvidor y do Labradio. En Quitanda había puestos, barracas, de verduras, otros productos frescos y comidas elaboradas.

Quitanda viene de kitanda, un término del quimbundo o kimbundu, idioma hablado en Angola, sobre todo en el noroeste, donde habitan comunidades del pueblo pueblo ambundu. También es quimbunda la palabra fubá, que nombra a una harina de maíz, similar a la que en Argentina llamamos polenta, aunque no es exactamente la misma molienda y, a mí entender, chupa más agua. Descubrí acá, en una barraca cuando se hizo la 10° Marcha das Mulheres Negras, en Leme, que la por mí llamada polenta, una forma italiana que tiene raíz en polen y en polvo, forma parte de historia y el presente de la cocina y el trabajo de mujeres africanas y afrobrasileras.
Con la fubá se hace torta en las Festas Juninas, cuscus para el desayuno y angu, como una polenta cremosa que a veces se sirve con aceite y ajo, feijão, carne y tomate. Hay distitas recetas mineras y baianas, donde se dice está la mejor gastronomía de Brasil, y desde este medio asentimos.
Leo que los ambundu tienen tradición en el cultivo de mandioca -aipim, yuca, macaxeira-, que llegó a África desde Brasil a través de los colonizadores portugueses. Mi abuela tenía mandioca en su huerta en Lanteri, un pueblo del norte de la provincia de Santa Fe en Argentina, crecí comiéndola, hervida y en puré. Mis tíos me enseñaron a pelarla, haciendo una marca con el cuchillo y después retirando la cáscara -la corteza y la primera capa, dura-, como una serpentina. Compro cuando la veo fresca, porque eso es fundamental. Me gusta dudar del dato de cómo llegó la mandioca a África, no porque tenga alguna información para contradecirlo, sino porque su cultivo en América es tan extenso que probablemente haya viajado simultáneamente por distintos canales. Me la imagino, con sus tubérculos, sedienta, creciendo en una tierra lejana.
Es común que cuando una mujer hace algo, en el caso de Roberta, escribir poemas, las voces más fuertes del campo le quieran poner una etiqueta. La poesía de Roberta, como la de otras poetas argentinas de los 90, fue tildada de naif o confesional, como si no se pudieran hacer poemas sobre lo que una quiera o la poesía tuviera que ser una construcción textual opaca. Hace algunas semanas, tuve la oportunidad de escuchar a Conceição Evaristo, escritora, investigadora y docente, que dio un curso sobre poesía de mujeres afro-brasileñas. Habló sobre la poesía como la creación de una voz, una presencia, una historia escrita en tiempo presente en el territorio de la literatura.
Es díficil, cuando no imposible, para las personas con descendencia no claramente europea saber de dónde vienen exactamente, y cómo. Cuál fue la lengua de sus ancestros, su latín, como dice Natalia Ginzburg. Con decir europea estoy haciendo un resumen violento, pero bueno, pienso, por una vez, desde el otro lado.
En un capítulo de Atlanta, Earn se lo explica con sorna al anfitrión de una fiesta en una mansión, un hombre blanco y rico que es como un fanático de la cultura afroamericana. El tipo le pregunta algo así como “¿No sabés cuál es tu descedencia? ¡Es muy importante para tu cultura que lo sepas!”. Y Earn -Donald Glover- le responde -algo así- como “y, viste que estuvo eso del genocidio, colonización y esclavización, algunas personas no tenemos toda la data”.
Entonces, señalaba Conceição, la importancia de las voces poéticas de mujeres afro-brasileñas es que muchas veces, esas voces (me gusta este susurro que se armó acá, entre voces y veces, que viborea y avanza), permiten que esa identidad se afirme a sí misma, diseñe su propia estética, su tono, su lugar de expresión. El corpus de poesía escrita por mujeres afro-brasileñas que propuso Conceição en aquél curso fue, a su manera, una operación de curaduría política y pedagógica, como la del documental de Reem que reseñé muy brevemente en el news anterior de Las nuevas auroras. Entre otras autoras, nos leyó a Carolina Maria de Jesus, Claudia Santana y Lívia Natália y pudimos escuchar a Luedji Luna y Luz Ribeiro, en estos videos que te linkeo.
Otra antología, en este caso, de historias de vida, es la que reúne Las abandonadoras (Destino, 2022), un ensayo de Begoña Gómez Urzaiz, periodista de Barcelona. Begoña investigó y escribió sobre historias de mujeres que no criaron a sus hijos. Dice que empezó a leer sobre ellas en contra de su propio prejuicio, el que la hace o la hacía preguntarse por qué una madre abandonaría a su cría, si pudiera no hacerlo. Ella, tan feminista, decía, tenía que confesarse la ambigüedad que sentía.
Cuenta las vidas de María Montessori, Joni Mitchell, Ingrid Bergman, entre otras, algunas de ficción, como Ana Karenina y el personaje de Meryl Streep en Kramer vs Kramer. Ejemplos de mujeres que hicieron de su vida lo que querían o lo que pudieron o lo que les salió, a pesar de saber que caería sobre ellas el insulto máximo, la peor etiqueta posible: la de ser las más malas de las malas madres, las que abandonaron a sus hijos pudiendo, según la mirada externa, no haberlo hecho.
Begoña no busca entenderlas, ni ellas parecieran pedir que se las perdone por algo. Se trata de conocer sus historias. Me gustó el recorrido del libro por las historias de esas vidas, algunas cruzadas por los desastres de la Segunda Guerra Mundial, otras por las ganas de ser escritora o cantante o actriz y el deseo de irse de la casa familiar.
También, son muy actuales las reflexiones que hace Gómez Urzaiz desde su lugar de madre y su oficio de periodista y entrevistadora. Dice que hay una conversación subterránea entre las mujeres, a partir de cierta edad, sobre la maternidad. Se pregunta cuántos minutos de preguntar otras cosas en entrevistas se le han ido, hablando sobre les hijes, sobre si tener el segundo o la tercera, sobre por qué, sí, no, todavía no, no quiero, aún no he querido.
El libro fue editado hace poco en Brasil, traducido al portugués, por Bazar do Tempo, una editorial carioca. No sé si consigue físico ni a qué precio- en Argentina, pero se puede descargar el epub.
Para despedirnos, hoy, te dejo algunos poemas más de Roberta Iannamico. No dejes de leerla. En Argentina, están El arte de escribir al sol (Neutrinos, 2023), Rosa. Poemas 1997-2021 (Gog & Magog, 2021) y Muchos poemas (Neutrinos, 2017).
La vaca se acuesta sola en el medio de la pampa
La vaca se acuesta sola en el medio de la pampa.
Sobre la letra P, de la provincia de Buenos Aires,
mira las estrellas.
El cuerpo lleno de lagunas.
Por ahí navegan sabores.
Sol que rumia para que se le haga amarillo entre los dientes.
En la noche larga la teta, se le enciende como un farolito.
La luz mala.
Como un planeta de cinco puntas.
El zorro blanco, el zorro gris, el zorro colorado (Vox, 1997).
XXIV
Las mamushkas en el océano
no flotan
como botellas
se hunden,
los barcos perdidos
vienen a comérselas
más lentos que el óxido.
XXV
Las mamushkas juntan las casas
que los caracoles abandonan
a veces viven ahí
y los caracoles guardan el sonido
de las mamushkas.
Mamushkas (Vox, 1999).
Collar de fideos
Me hago un collar de fideos
un collar largo
que haga ruido,
bajan los fideos
como gotas
por la lana
manguitos de fraile
también me hago una pulsera
con los fideos
y todos se enteran
cuando muevo las manos
si tuviera uñas largas
me las pintaría de rojo
y golpearía las mesas
las tazas
las cosas de vidrio
como una lluvia suave
un pétalo de malvón
sobre cada uña
y uno de margarita
pegado con saliva
en la mejilla,
es una lágrima blanca
una tristeza de amor.
El collar de fideos (Vox, 2001).
Ah! y te dejo también el porqué de la palabra travesía en el título de este news, que es una canción y el nombre del primer álbum de Milton Nascimento. Va en versión de Sued Nunes: